lunes, 18 de febrero de 2013

Jesús Urbano Rojas: leyenda viva de la artesanía peruana






Sus retablos se exhiben en los principales museos del mundo, sin embargo Jesús Urbano, primer retablista del Perú, ha desechado ofertas del extranjero, para enseñar su oferta en un humilde taller de Chaclacayo.

Fotografías (de arriba-abajo): Elías Rojas. 2012. 



Por Nelly Rojas


Días atrás hice una cita por teléfono para visitarlo en su casa y ver cómo se elabora los retablos en su taller. Me sorprendo cuando su esposa, doña Genoveva, contesta el teléfono y me asegura: “Mi esposo y yo anoche hemos hablado bastante de usted, por eso yo dije: ‘Seguro que nos va a llamar’”. Inmediatamente recuerdo mi lectura de los libros Santero y Caminante (Jesús Urbano – Pablo Macera) y Cusco: Arte y Tradición Oral Quechua del Valle del Ollantaytambo (Genoveva Núñez Herrera – Rosaura Andazabal Cayllahua) y pienso en la fuerza mágico-religiosa que impregna sus páginas.

El notable retablista sufrió un derrame cerebral en el año 2001; bastante recuperado sigue enseñando a los jóvenes, para que se sostengan económicamente y para que no muera el arte popular. Se define Retablista costumbrista a mano, porque no usa moldes. “Al principio aprendí con don Joaquín López Antay a trabajar las figuras solamente en molde. Después dije en mi cabeza: ‘El arte debe evolucionar’, y como cuando era panadero hacía las guaguas con masa de harina, me dije: ‘Por qué no voy a poder hacer con mis manos las figuras de mis retablos’. Así fue mi cambio”, me cuenta.

Con el maestro Jesús Urbano, declarado Tesoro Humano Viviente, entre otros valiosos reconocimientos, tengo un trato que trasciende lo estrictamente periodístico y siento que el afecto es recíproco. Creo que nada se dio por casualidad en su vida; desde su temprano alejamiento del hogar paterno, su primer matrimonio con una carmenaltina que lo hizo caminante, pasando por los diferentes oficios desempeñados, hasta su especial cercanía con el maestro Joaquín López Antay, todo supuso insumos de vida para quien finalmente se convertiría en el ícono del arte popular.

Su Casa–Taller funciona en Huampaní Alto, distrito de Chaclacayo, desde el año 1984, cuando don Jesús decidió que Ayacucho dejaba de ser su hogar, porque allí el terrorismo le mató a su primogénito Guillermo Urbano Cárdenas. “Si él estuviera vivo, estaría haciendo hermosos retablos, porque era muy bueno. Yo no guardo ninguno de sus trabajos, toditos los enajené porque no quería ver nada que me lo recordara. Los terroristas lo despedazaron. Si todavía estuviera vivo, ya me hubiera ganado. Era un campeón”, dice con fuerza.

Ya en el taller recorro las dos aulas y veo en las mesas de trabajo cruces de madera sin pintar, albas figurillas de hombres, mujeres y divinidades. Hay también pumas de rostros fieros, temibles toros cuneros, mulas robustas –todavía sin las pesadas cargas sobre el lomo–. Todas están en reposo, juntas y revueltas, esperando la mano del artista que las vista con el color de la vida y las lleve a los distintos pisos del retablo para faenar, para danzar, para adorar al santo patrón, para ofrendar al Apu tutelar; para que haga palpitar la vida de los pueblos.


Desde siempre… enseñando

El maestro Jesús Urbano Rojas –Doctor Honoris Causa por la UNMSM– siente la necesidad de trasmitir sus secretos sobre la elaboración del retablo a las nuevas generaciones. Inició el largo camino de la enseñanza en 1966, cuando fundó en el barrio huamanguino de La Libertad, la Escuela Particular de Artesanía Artística, totalmente gratuita, que funcionó solo 17 años porque en 1983 las autoridades locales la cerraron aduciendo que no tenía título pedagógico para ser Director. Era una escuela que no le costaba ni un sol al Estado peruano.

Me cuenta que en 1988, hallándose en Estados Unidos luego de haber ganado un concurso, un catedrático norteamericano que veía sus hermosos retablos le dijo: “Oye, jovencito Jesús Urbano, ¿no quisieras ser catedrático aquí, para enseñar a confeccionar esos trabajos? Yo te puedo abrir una cátedra donde tú podrías enseñar”. Él no aceptó, pensando: “Yo no he venido aquí a enseñar a los gringuitos, yo voy a enseñar en mi tierra. Voy a hacer con mi plata una escuela artesanal gratuita para que puedan aprender a hacer retablos los niñitos, las niñitas que me esperan”, y se regresó de Estados Unidos.

Recuerda que los ayacuchanos comentaban: “Ese Jesús Urbano se ha vuelto loco, se ha regresado de Estados Unidos y quiere hacer una escuela gratuita. Pobre, se ha vuelto loco con su billete verde. Aquí están botando las escuelas estatales solo porque no pueden pagar arriendo, luz, agua. Pobre loco, nunca va a poder hacer su escuela”. Eso le dio coraje y más fuerza para abrir la escuela, que primero funcionó en su casa y luego en local propio.


¿Frustraciones?

“Si no me hubiera dado el derrame cerebral y no me hubieran cerrado la escuela que fundé en 1966, con mi propia plata y que estaba funcionando gratuitamente, ahora yo estaría haciendo tantas cosas: un museo para esta artesanía, exportando más obras de arte. Una escuela que ayudaba a tantos jóvenes ayacuchanos, que producía, que hacía exposiciones en las ferias dominicales, en las plazuelas principales; que exportaba muy bien, me la cerraron en 1983 diciendo: ‘A ver, presenta tu título profesional; si no tienes título te vas, porque tú no puedes ser Director’. Así me sacaron, me botaron y mataron esa escuela que producía bastante. Ahora la desgracia se ha bajado a esa escuela, están enseñando cosmética, matemáticas y cosas que no corresponde. Así están matando el arte popular”. Siento que es justo su rechazo y se lo expreso, pero eso no ayuda.


¿Qué papel juega en su vida doña Genoveva Núñez Herrera?

“Es mi esposa. Una mujer muy inteligente, no es cualquier cosa; me ha seguido y ha aprendido a preparar retablos valiosos. Siempre me da consejos porque tiene mucha experiencia sobre las costumbres de los pueblos. Los dos trabajamos bonito. Es la única mujer en mi vida que ha mostrado voluntad para hacer mis retablos. Trabaja como si fuera yo mismo, es muy minuciosa y pinta muy bonito”.

Pero su historia amorosa con doña Genoveva, su segunda esposa, es muy especial. Se conocieron aquí en Lima; él había enviudado de doña Domitila Cárdenas en 1976 y era profesor artesanal; doña Genoveva era maestra tejedora cusqueña y extrañaba mucho su tierra y a los suyos. “Cuando la conocí, estaba llorando en su taller y pensé: ‘Esta china por qué está llorando’, me acerqué diciéndole: ‘Por qué estás llorando, cuando me muera vas a llorar, ahora todavía no. Soy profesor retablista y tú vas a estar conmigo. Yo te voy a enseñar, voy a hablar con el director John Davis para que pases a retablos’”.

El tema no quedó allí. Pocos días después la buscó para pedirle prestada su Libreta Electoral, documento que ella le entregó con gran recelo. Días después la abordó nuevamente, esta vez para devolverle su documento y mostrarle recortes periodísticos aparecidos en El Peruano, La República, Expreso y El Comercio, con la publicación del edicto matrimonial y las notas de farándula dando cuenta de que el gran retablista Jesús Urbano se casaba con la dama cusqueña Genoveva Núñez Herrera, notable artesana y también narradora costumbrista. Se casaron por civil y religioso en Chaclacayo, el veinte de julio de 1984.

Estos relatos me los hace en su Casa-Taller de Huampaní, mientras uno de sus alumnos, Wilfredo Trelles Curi, trabaja muy concentrado en una de las aulas; ha pintado de blanco las cruces, ha abrigado con bufandas y ponchitos de papel endurecido a ciertos muñequitos, ha puesto barniz brillante en las diminutas arpas de aquellos músicos que harán llorar al caminante que evoca el hogar distante, o harán bailar al cholo recio que busca alcanzar los favores de la hermosa carmenaltina de mirada coqueta y labios carmesí.

Don Jesús me lo presenta: “Es mi alumno predilecto, tiene mucho arte y es muy disciplinado. Empezó desde abajo, ahora ya hace buenos trabajos él solo. Siento orgullo que sea mi discípulo. Va a tener un camino exitoso como artesano y, en un momento dado, será quien me reemplace”. Le escucho y pienso: “Todo es posible… pero antes tendrá que recorrer un largo camino, porque hay Jesús Urbano para rato”.

Siento que es hora de regresar a Lima. Fueron tres horas generosas en las que gocé de su presencia bonachona. Recorrí parajes solitarios acompañando su vida de caminante; vi en competencia a los danzak, seguí con respeto la procesión del Santo Patrón y casi me extravié en la febril actividad de la Feria de Acuchimay. Todo con solo adentrarme en uno de sus vívidos retablos.

Recojo mis cosas, agradezco a mi hermano Elías –fotógrafo circunstancial para esta ocasión– y digo “Nos vamos, nuestra labor terminó”. “Todavía –dice doña Genoveva–, tienen que probar lo que he preparado”. Bajamos a su comedor y compartimos la mesa familiar, saboreando el delicioso puca picante ayacuchano, acompañado por dulces y tiernos choclos. Elogiamos la buena sazón y don Jesús, mirando a su esposa, dice: “Ella ha cocinado. Todo lo hace muy bien, por eso la he nombrado mi Secretaria General”. Todos reímos de buena gana.

(*) Publicado originalmente en Rumbos del Perú el 29 de noviembre de 2012.



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