sábado, 14 de julio de 2012

El sombrerero de las flores



Fotografías (de arriba-abajo):
1. Sombrero bordado con máquina de coser. Pupuja, Puno. Fuente: http://artetradicionalperuano.blogspot.com.es/2010/08/pascual-apaza-chambi.html.
2. Pascual Apaza Chambi y su hijo. Fotografía: Roberto Ramírez Aguilar. Fuente: http://es.scribd.com/doc/35657552/Suplemento-Variedades.


PALABRAS MAYORES. Los sombreros de Pupuja, junto con los toritos, son símbolos de las comunidades apartadas de Azángaro, en Puno. Al pie de un cerro, Pascual Apaza, de 74 años, es el último artesano tradicional de aquellos. Sin él no habría carnavales ni ritos de enamoramiento.


Por Miguel Ángel Cárdenas


Puno. A los extraños les es difícil entenderlo: solo y experimentado como una hoja de árbol, sabio y concentrado como una hoja de libro... pero lento y ágil como una hoja de afeitar. En cambio, a Pascual Apaza Chambi le es fácil entender a los pocos extraños que llegan a la comunidad de Checca Pupuja, donde viven 70 familias dispersas, a 3.900 metros sobre el nivel del mar: Ustedes no sonríen por el frío y tienen mucho apuro siempre.

Porque el último artesano de los sombreros pupujas se toma --como aguardiente contra el friaje-- su tiempo. Checca y el distrito de Santiago de Pupuja, con 8.500 habitantes, tienen raíces preíncas, son descendientes de los putinas y creadores de los emblemáticos toritos de Pucará, llamados así por la estación a 6 kilómetros, donde se vendían en los años 50 y 60.

Los pupujas también crearon un arte sombrerero no estudiado exhaustivamente todavía por antropólogos o artistas y que es el centro simbólico de sus festividades y carnavales. Lo preocupante es que solo queda un postrer representante en estas comunidades que mantienen sus ritos atávicos de pagos por la cosecha, a los fértiles ríos, a los cerros tutelares Paqo Qhawana y Antaña y, sobre todo, sus rituales de enamoramiento.

Pascual muestra siete sonrisas por cada palabra pronunciada, en quechua. ¿Es porque cuando hace sus sombreros piensa en los días felices en que los usaba él mismo para enamorar y dejarse enamorar tanto en las fiestas en honor al patrón Santiago como en el señalacuy (donde se marcaba el ganado y el pago de sangre a la madre tierra)? Sus ojos --como hojas de cálculo-- dicen que sí. Pascual habla con la risa y por cortesía a los visitantes que viven siempre apurados se empeña en hablar "despacioso" y feliz en español.

Quiere explicar su proceso de trabajo, le viene la vida en esto y exige silencio con alegría: Esto lo sé por mis abuelos, que eran sombrereros... yo trabajo con lana de oveja y hago primero cintas que lleno con diseños que usamos desde los incas, luego las cosemos y pegamos y así va a quedar terminado. Y 'hormamos' (se refiere a tener una horma de arcilla con que calza figuras) cuando planchamos, cosemos sus puntas y podemos igualar cuando todo esté pintado.

Pascual se desentiende de repente de los extraños y es como si hablara para sus entrañas en quechua. Solo cuando le toca su andanada de sonrisas --su indicador de que todavía vive en sociedad-- se da cuenta: Perdone, estoy acostumbrado a estar solo... Hay que lavar la lana de corderito, para dejarla limpia, porque recién cuando cortamos sale dura. Hay que pegarlo con goma y después cuando se seca hay que raspar todo. Y raspadito, planchamos. Es con pintura natural, la llamamos 'quinuallanca' molida, y con yeso hay que mezclar para que salga blanquita. Y ahí viene el sombrero.

Pascual se pierde otra vez. Ahora les habla a cada uno de sus sombreros, como a las crías de un animal amado que deberá vender porque ya no tiene espacio. Esta vez intercala el castellano con el quechua: Me demoro ocho días en cada uno de ustedes, cuando secan terminamos y nos quedamos un rato, es mucho trabajito, hijitos (...) Mi abuelo me enseñó, era un santiaguino, Simón Apaza Tipe, y también mi papá, Rosendo Apaza, lo supo por él. Y yo mirando aprendí, papitos (...) Yo le he modificado algunos diseños, que después todos siguieron, pero no mucho, porque es de los abuelos (...).

El primer sombrero que hizo Pascual fue a los 14 años --hace exactamente 60 años-- a un señor llamado don Mariano, un santiaguino devoto del apu Santa Bárbara, que lo utilizó en una ceremonia a 3.941 m.s.n.m. y a 20 grados bajo cero, bajo cerro.

PUEBLO DE FIESTAS
 
Los diseños se basan en las tikas: las diversas variedades de flores en esta región, sobre todo de la flor de papa. En los sombreros estas convergen junto a representaciones del sol y el arco iris, como una manera de tener a las fuerzas de la naturaleza encima de la cabeza.

Las flores de todos los colores dan buena suerte, dinerito... Existe aquí una danza conocida como iquilo palangana en la que los pueblos pupujas se dividen en bandos de hombres y mujeres exultantes de instinto de vida, con varas que hacen bailar en sus manos. El clímax viene cuando ellos mismos dan vueltas y vueltas sobre sí hasta caerse. Con el efecto de estar mareados sin alcohol ellas les quitan el sombrero y lo ponen en sus varas; y se inicia el cortejo... los hombres que los tienen todavía en sus cabezas los colocan encima de sus varas y andan exhibiéndolos con rudo coqueteo. Ellos lo usan con la punta para abajo, las mujeres, con la punta hacia arriba y cuando juntan sus rostros afirman sus extremos mutuos. Es como si cada movimiento de las danzas reprodujera el proceso de florecimiento, otras el de polinización y quizá el de fotosíntesis como metáforas amatorias. En Checca Pupuja y Santiago de Pupuja se baila a 3. 900 metros 'sobre el nivel del amar'. Y todo debe ser multicolor.

Los colores son vida, por eso nuestras fiestas principales son en miércoles de ceniza y domingo de amargura, dice Pascual. Hay un género musical aquí llamado mucra que provoca una danza de galanteo conocida como cha'qui iquilo, que es para los solteros. Igual que una llamada qhashway, que es pura seducción. En la música callapani las mujeres --pese al frío-- se muestran descalzas y luego se colocan en fila frente a frente con una mesa de comida al medio (con esa interrelación subconsciente entre erotismo y alimentación). La danza mataro es más para amores maduros. Y puede faltar hasta la flauta pinkullo, pero nunca un conquistador sombrero de Pupuja.

Pascual parecía estar sentado --casi en posición de meditación-- solo por trabajo hasta que intenta levantarse y muestra una pierna enflaquecida que arrastra con trotes: Desde que tuve una fractura en esta pierna en un vuelco de un carro el 20 de agosto de 1960, en la noche, no me muevo de aquí. No puedo caminar bien, ya no puedo bailar y estoy solo en este cerro haciendo sombreros para que se casen los jóvenes, afirma sin ningún atisbo de pesadumbre el sombrerero que conserva desde esos años su noble máquina de coser Butterfly en un banquito lustroso y tembleque: la compré en Juliaca el año de mi accidente, está usadita, pero me acompaña siempre.

Pascual tiene tres hijos y ninguno está cerca. Viven pocos jóvenes en estos pueblos de ancianos y niños, cuyos muchachos han partido a Juliaca para trabajar de mototaxistas, a las minas informales de oro de Madre de Dios o al Cusco como obreros. Dicen que soy el último sombrerero y yo nomás trabajo, y habla luego en fructífero quechua, con sus veinticinco sonrisas por minuto y sus ojos como hojas de ruta. Les habla a sus sombreros.

(*) Publicado originalmente en El Comercio del 3 de junio de 2008: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-06-03/el-sombrerero-flores.html


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