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sábado, 25 de abril de 2020

Los cantarillos de Catalina Huanca



Olla. Cerámica de Santo Domingo de los Olleros. Lima, Perú. Colección y foto: Sirley Ríos Acuña



Cuenta la leyenda que Catalina Huanca fué una ollera que vivía en las afueras de Huánuco. Ella, más que ollas hacía cantarillos que los vendía en la ciudad por unos cuantos centavos.

Cierto día un español que vivía en el barrio de Huallaycc compró un cantarillo a Catalina y al examinarlo su resumía el agua, advirtió uno puntos dorados y brillantes. Inquietud desde su península por la sed de oro, redujo a polvo el cantarillo y lo lavó, extrayendo algunos gramos de oro puro. Ni qué decir que desde entonces el buen chapetón fué uno de los mejores clientes de Catalina. De un momento a otro desapareció el español, dejando encargado a su hijito comprar todos los cántaros que le trajese Catalina. El chico conversador e indiscreto como todo chico, preguntó a Catalina donde tomaba la arcilla para hacer sus trabajos. Catalina no se quedó con la lengua atada y curiosa al fin como toda mujer, inquirió para qué compraban tantos cantarillos o poronguitos. El rapaz se hizo lengua contando todo lo que su padre hacía con los poronguitos.

Dueño del secreto, Catalina no volvió a fabricar más ni ollas ni poronguitos. Con tenacidad india se dedicó al trabajo de su mina y sin contar a nadie del nuevo giro de su negocio surífero. Cuentan que Catalina fué presto una gran señora benefactora de Huánuco; que regaló mucho oro para la construcción del templo de San Agustín. Que más tarde fué a Lima y casó con un español a quién tampoco reveló el secreto que constituya hoy la leyenda de las Tres Alcantarillas.

Huánuco, 1 de Octubre de 1946
Normalista María Dolores Zevallos
Directora de la Esc. De 1er Grado de Mujeres Nº 4000
Esta leyenda se la contó su tía Mercedes Malpartida en el año de 1918.


Fuente: 
Archivo Etnográfico José María Arguedas. Recopilaciones de folclore a cargo de docentes del Ministerio de Educación. Centro. Departamento de Huánuco. Legajos 47-45 / 47-44. Cuestionario 1. Lima: Ministerio de Educación, Viceministerio de Gestión Pedagógica, Museo Nacional de la Cultura Peruana, Casa de la Literatura Peruana, Comisión Centenario del Natalicio de José María Arguedas, 2012, págs. 115-116.



martes, 4 de diciembre de 2012

Libros digitales del Archivo Etnográfico de José María Arguedas 1947 (*)


Fotografía:
1. La maca. Dibujo a color. 15 de diciembre de 1947. Ondores, Junín. Archivo Museo Nacional de la Cultura Peruana. Fuente: http://www.centenarioarguedas.gob.pe/wp-content/uploads/2012/11/Junin-3-Departamento-Junín.pdf


El Archivo Arguedas: “una biblia de la peruanidad” 

La Comisión Nacional para celebrar el centenario del Natalicio de José María Arguedas, emprendió, en el 2010,  el proyecto “Puesta en valor y publicación del archivo antropológico José María Arguedas”. Este proyecto consiste en digitalizar, transcribir y dar a conocer el archivo etnográfico que José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos, reunieron en 1947, desde el Ministerio de Educación. La conformación de este archivo significó un gran un esfuerzo que fue posible por el entusiasmo de muchos maestros en todos los rincones del Perú. Los maestros,  luego de recibir una breve capacitación, se dieron a la tarea de hacer una suerte de inventario de la tradición oral de nuestro país, poniendo por escrito los relatos, mitos y leyendas que circulaban en ese momento en las comunidades y pueblos de todas las regiones. 

Se recopilaron cerca de 30,000 narraciones que representan un legado invalorable pues allí están las creencias y valores que son las raíces profundas de la cultura peruana. En conjunto el material del archivo Arguedas representa una suerte de “biblia de la peruanidad”.

La Comisión considera que este proyecto tiene una importancia fundamental en la toma de conciencia de nuestra colectividad nacional sobre la profundidad de nuestra cultura. De hecho representa la posibilidad de que los peruanos (re)tomemos el contacto con un universo de creencias y valores que está presente en nuestras costumbres pero que resulta muy poco conocido. 

El patrimonio inmaterial no suele ser apreciado pues es difícil de valorizar como “atractivo turístico”. Prueba de este aserto es que estos relatos hayan permanecido abandonados, en riesgo de perderse definitivamente, mientras que muchos monumentos arqueológicos o históricos reciben apoyos significativos. No obstante si una sociedad quiere comprenderse a sí misma, si realmente pretende tomar conciencia de los ideales que dan sustento a la vida cotidiana de sus habitantes, el camino más fecundo es precisamente el estudio de las leyendas y sus transformaciones con el paso de los años. 

Este archivo fue conservado en el Museo Nacional de la Cultura Peruana durante varias décadas y la Comisión Nacional para celebrar el Natalicio de José María Arguedas juzgó que era imprescindible poner en valor y difundir este importante acervo.  Se digitalizaron, catalogaron, transcribieron y editaron 30 archivadores de un total de 67, lo cual nos permite hoy presentar un total de 21 libros digitales electrónicos. Estos libros digitales son textos que han sido transcritos del original, sin modificar la ortografía y la redacción del documento, y han sido plasmados en un diseño que facilita su lectura a través de la página web.

La premisa para realizar los libros fue seleccionar relatos que pudieran ser agrupados según temas y motivos mitológicos, seleccionados por Alejandro Ortiz Rascaniere y Enrique Ballón. Los relatos fueron editados, solo en forma, no en contenido, para facilitar así su lectura para el público en general. Es preciso destacar la colaboración de Leo Casas, miembro de la comisión, que se ocupó de la traducción de los relatos que se encontraban escritos en quechua y del equipo del Museo Nacional de la Cultura Peruana que participó activamente en el proyecto.   

Hoy, casi 70 años después, tenemos que reconocer en este vasto conjunto de relatos, en esta suerte de “foto” de la tradición oral, un antecedente básico para comprender la idiosincrasia de las mayorías en la sociedad peruana. Colgar en la página web de la Comisión estos libros digitales es el primer paso para que su riqueza esté a la mano de todos los interesados en el tema. El segundo paso, y la manera de llegar a las mayorías, implica hacer una selección de los relatos más logrados y significativos de manera que los peruanos podamos confrontarnos no solo con la riqueza de nuestro pasado monumental sino también con las ideas que hemos heredado y que nos hacen ser quienes somos.

Atentamente

Comisión Nacional para celebrar el centenario del Natalicio de José María Arguedas




















(*) Publicado originalmente el 22 de noviembre de 2012.


Fuente:


lunes, 3 de diciembre de 2012

Recordando a José María Arguedas (*)




Fotografías (de arriba-abajo): Alfonsina Barrionuevo.
3. Alicia Bustamante (sosteniendo un torito de Pucará) y Alfonsina Barrionuevo. Fuente: http://www.terra.com.pe/patrimonio-cultural/noticias/pat237/jose-maria-hermanas-bustamante.html


Por Alfonsina Barrionuevo


Su sonrisa llenó de luz la estancia, pequeña y un tanto oscura. Me animó verle cuando se puso de pie. Lo vi como un Apu, como una montaña. Se lo dije y movió la cabeza. “Soy solamente José María Arguedas -dijo-. Así me tienes que llamar.” Para mis dieciséis años juveniles era imposible. Había llegado de Cusco y, mientras afuera había un fuerte movimiento automotor, la dirección del Museo de Historia de la Cultura en la avenida Alfonso Ugarte fue para mí como una isla. Allí resplandecía la ternura del gran escritor haciendo retroceder mi timidez. Hernán Velarde, quien también procedía de la capital imperial, se encargó de expresarle nuestra admiración. Cada uno había leído alguna de sus obras y habíamos encontrado en sus páginas el espíritu de los runas, nuestros hermanos, cariñosos, sencillos y transparentes.

Cuando insistió en que le tratásemos como un viejo amigo, “José María” nada más, sin otro título universitario, me asombró. Yo era demasiado joven y no pude pasar con facilidad la valla de respeto que le tenía. Hasta que afirmó, muy risueño, que nos quería porque habíamos leído sus obras. Tanto insistió que al  fin aprendí a hablarle como pidió, hasta que no importó el abismo de años que me enseñó a franquear para encontrarle.

Estuvo muchas veces en mi casa, un departamento del jirón Moquegua, en el centro de Lima, donde fui a vivir cuando me casé con Hernán Velarde y había iniciado estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Nosotros íbamos también de visita a la suya, en el jirón Chota, un poco más apartado, con ponchos en los sillones que le daban sabor.

Siempre teníamos visitas importantes. El guitarrista Raúl García Zárate, la periodista Doris Gibson,  el pintor Justo Béjar, el arpista Tani Medina, el wanka César Villanueva, la cantante Zoila Zevallos con una voz más alta que la de Ima Sumaq, el poeta Moreno Jimeno y, en más de una ocasión el escritor Ciro Alegría, a quien jamás pude tratar de tú pero sí recibir con simpatía pues, había leído en mi niñez sus “Perros Hambrientos”. A él le resentía no tener un repertorio de waynos, pero una noche se dio el gusto de cantar uno de su tierra norteña. 

Tendría mucho que contar de los años en que estuvo casado con Celia Bustamante. Le dolía el hijo que perdieron antes de nacer. Si se hubiera realizado quizá otro hubiera sido su destino. Quizá hubiera superado su conflicto de sentirse hombre de dos mundos. Cuando se sentía muy occidental estaba incómodo pensando que traicionaba lo más hermoso que tuvo, su infancia con los comuneros qechwas; cuando cantaba en nuestro idioma materno se resentía el occidental que llevaba escondido bajo el terno. Yo no tenía ese problema. Desde niña había estado en los fogones de las cocinas compartiendo el amor de las warmis y las bellas historias que sabían de nuestros ancestros.

Tuve la suerte de disfrutar una amistad valiosa con su cuñada Alicia Bustamante, quien tenía la “Peña Pancho Fierro” en la plazuela de San Agustín. En ese lugar muy agradable ella mostraba con orgullo hermosas piezas de arte peruano que fue adquiriendo en los pueblos más lejanos del interior, hasta donde llegaba. “¿Cómo vas a ir Alicia con tanto riesgo?”, le decían sus amigos y ella trepaba con una sonrisa en omnibuses destartalados y desaparecía en las trochas, donde se levantaban nubes de polvo. Al cabo  regresaba con un torito de Santiago de Pupuja, un mate burilado de Cochas, un chal bordado de Catacaos y así un conjunto de maravillas. Las atenciones de su esposa y el arte de la cuñada ayudaban mucho a José María Arguedas, en cuyo corazón había un amplio territorio dedicado a las gentes del Perú profundo.

José María nació en Andahuaylas, Apurímac, donde fue obligado, según dijo, “a vivir siendo niño con los  indios y  hacer algunos de sus trabajos. Recorrí los campos e hice sus faenas bajo el infinito amparo de los comuneros qechwas. La más honda bravía ternura, el odio más profundo, se vertían en el lenguaje de mis protectores. No conocí gente más sabia y más fuerte; y los describían sin embargo, como degenerados, torpes e impenetrables. Así son para quienes los trataron como animales durante siglos.”

Huérfano de madre, olvidado hasta los catorce años en las vaquerías, monolingue del qechwa, ‘escolero’ de pie descalzo, peón de los aynis, trabajador de trapiche donde perdió una falange de uno de sus dedos; fue rescatado a esa edad, “para la sociedad de los blancos” , donde conoció la clase “señorial” de las provincias y, finalmente, la clase media de Lima, hasta ser invitado de honor, algunas veces, de su “alta clase social”.

“Fuí así desprovincianizado, habiendo conservado de mi provincia la médula que he tratado de revelar creando un modelo de literatura española que imita la usada por los runas, los hombres, es decir un estilo para trasmitir la grandeza de aquel universo tan original  y complejísimo, con hondas y dinámicas relaciones telúricas.”

¿Cómo nació su vocación? José María contestaba que escuchando los cuentos qechwas narrados con  gracia cautivadora por hombres muy queridos como don Felipe Maywa, de San Juan de Lucanas y Puquio; y algunas mujeres como Carmen (¿) Taripha de Sicuani.

Recuerdo una de sus canciones. “Wikuñay, wikuñita,/ ¿por qué tomas el agua amarga de los puquiales?/ ¿Por qué no bebes mi sangre dulce,/ la sal caliente de mis lágrimas?/ wikuñay, wikuñita.”

Aislado en Lima por serrano y por su manera de ser, huraño, receloso, lleno de contrastes, lanzó “Agua” , su primera novela en 1935, recogiendo el grito literario de Pantacha, el maqt’a rebelde que ofreció su pecho a las balas del patrón. Más tarde daría a luz “Yawar Fiesta”, epopeya del toro de ojos inyectados de rabia, que cae simbólicamente bajo el pico curvo del cóndor que encarna a la raza. “Canciones y cuentos del pueblo qechwa” es como una ventana que deja vislumbrar la hondura poética del alma andina, “Los Ríos Profundos”, autobiografía novelada del niño que fue domador de zumbayllus, “Todas las sangres”, donde interpreta la diversidad de grados de cultura, de modo de ser, de proximidad y distancias que hay en el Perú.

Su novela “El Zorro de arriba y el Zorro de abajo” quedó inconclusa, pero era, según afirmaba, un intento por mostrar ese hervidero que es el Perú de hoy. Época a la que renunció un viernes 28, elegido en el calendario de la urbe indiferente, cuando se disparó el balazo fatal.

En sus últimos días, viviendo alucinado por esta ausencia que ya lo invadía, ocultó a todos su trágica determinación. Estuvo el jueves 27 con Máximo Damián Huamaní, el violinista de San Diego de Iswa. Oyó cantar el domingo anterior a Tarcila Ramírez, “flor de escarcha”, que fue amiga de su infancia. Escribió con calma varias cartas manuscritas. Conversó por teléfono,  según me dijeron, con Celia Bustamante.

Conmigo nos vimos horas antes en el jirón Camaná. El venía por mi propia acera y yo que iba pensando en mi próxima entrevista lo advertí cuando fue muy evidente que alguien cruzaba la calle en un esfuerzo inesperado. Moví  la cabeza y lo vi. Entonces me pidió que lo esperase e intentó volver, quizá con la idea de disculparse. A veces me pregunto qué me habría dicho a unas horas de buscar nuevamente a la muerte. Yo estaba apremiada por el tiempo, había muchos automóviles circulando y tardaría en cruzar. Agité mi mano en señal de saludo y le dije en voz muy fuerte, “hablamos otro día, José María”, sin saber que tenía las horas contadas.

La mirada triste, desconfiada como los runas que no creen en los mistis que los engañaron siempre, el rictus de la boca con una antigua tristeza, las sienes más plateadas y la voz que nunca perdió su acento andino. José María no dejó presentir a nadie que se estaba despidiendo de la vida como un capitán que había cumplido con la misión que los Apus y sus pueblos le habían encargado.

“Quizás conmigo empieza a cerrarse un siglo y se abre otro”, anotó en su último diario.

Es posible que los hombres del Ande sean más libres y alcancen un día sus ansias de justicia. Pero, al mismo tiempo, están olvidando las conmovedoras historias que mantuvieron altas las banderas de su alma. Tengo mucho que contar del famoso escritor. Será otro día con más calma. Con José María tuvimos acuerdos y desacuerdos, yo soy una mujer íntegramente andina, pero nunca se quebró la amistad y el afecto que nos unía. Para mí siempre fue y será una montaña, el Apu, a quien admiré mucho antes de conocerle y seguiré admirando por llevar magistralmente  nuestro sentir, nuestra alma, a sus obras. El homenaje justo del gobierno y las instituciones de cultura sería publicarlas nuevamente para los jóvenes. Está de más cualquier otro en que se le nombre superficialmente, como escribir con los dedos sobre el agua.


(*) Publicado originalmente el 16 de abril de 2011.


Fuente:



miércoles, 19 de septiembre de 2012

Instrumentos musicales del Perú






Fotografías (de arriba-abajo): Archivo Universidad del Pacífico.
1. Vitrina cultural de la Universidad del Pacífico.
2. Waqra. Cuerno de res. Siglo XX. Sierra central. Colección Museo Nacional de la Cultura Peruana.
3. Quijada de burro. Hueso. Siglo XX. Lima. Colección Museo Nacional de la Cultura Peruana.
4. Par de polainas con cascabeles o Shacshas. Cuero y bronce. Siglo XX. Huaraz, región Ancash. Colección Museo Nacional de la Cultura Peruana.
5. Tambor con baquetas. Piel de mono, madera y fibra vegetal. Década 1950. Amazonía. Colección Museo Nacional de la Cultura Peruana.

INSTRUMENTOS MUSICALES DEL PERÚ
Exposición en la vitrina cultural de la Universidad del Pacífico
Del 15 de octubre al 19 de noviembre, 2009


José María Arguedas afirmaba que  “Si toda la música del Ande es de tono general y característico, es también la que más estilos y variaciones tiene. Dos pueblos a veces separados solo por algunas leguas, ya tienen su estilo propio. Y los instrumentos y los temples han sido adaptados, con una energía profunda, a la interpretación  de la más leve diferencia de estilo... En estos mismos pueblos, cada fiesta tiene su música especial, y esta música tiene instrumentos propios”.