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jueves, 21 de noviembre de 2013

Moisés Balbín Ordaya (1937-2013), in memoriam


1.- Moisés Balbín Ordaya y su esposa Teodora Santana Guerra. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.

2.- Moisés Balbín Ordaya, dictando clases de bordado tradicional del Valle del Mantaro. Fuente: http://radiomacondo.fm/2013/10/28/el-bordado-tradicional-de-chupaca-en-peru-esta-de-luto-el-maestro-moises-balbin-ha-fallecido/

3.- Moisés Balbín y su colección de vestimenta de huaylarsh carnaval. Fuente: http://www.escuelafolklore.edu.pe/noti_wanka.php


4.- Anciana vestida con kotón en la calle Real de Huancayo. c. 1960. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.


Por Sirley Ríos Acuña


MOISÉS BALBÍN  ORDAYA: DIFUSOR DEL USO DEL KOTÓN EN LAS DANZAS Y BAILES DEL VALLE DEL MANTARO (*)

Moisés Balbín Ordaya  nace el 7 de febrero de 1937 en San Juan de Iscos de la provincia de Chupaca, Junín.

Hereda de su abuela materna, Juana Pérez Cárdenas, una serie de conocimientos tradicionales  que en la edad adulta le va permitir transmitir a los suyos a través de la difusión y confección de vestimentas de las danzas tradicionales del Valle del Mantaro.

Se inicia en el arte del bordado a la edad de 15 años. Mientras observa los bordados de otros maestros se va perfeccionando y creando un repertorio particular de motivos iconográficos que tienen un sentido dentro del conjunto visual que Don Moisés sabe explicar de manera detallada porque es parte de su vivencia andina.

Migra a Lima en 1954 y comienza a participar en diversos elencos de danzas folclóricas para mantener viva su identidad cultural. Integra como danzante en los grupos de la época: “Sol de Chupaca”, “Panorama folclórico” y “Aquilino Ramos”. Hacia 1970 creó su agrupación “Embajada Folklórica del Centro” desde donde difunde y propulsa el uso del kotón wanka a través de la práctica y enseñanza de danzas y bailes tradicionales del Valle del Mantaro.

Posee junto a su esposa Teodora Santana Guerra, también bordadora, tejedora, costurera y danzante, una importante colección de vestimenta tradicional del Valle del Mantaro que pertenecen a las distintas variedades de kutunchas surgido por los cambios ocurridos en distintas épocas y otro conjunto mayoritario de trajes lo conforman los de carácter coreográfico: waylarsh agrario y de carnaval, chonguinada, tunantada, llamichada, tinyacuy, wayligia, huaconada, shapish, jija, entre otros más.

Ha expuesto su colección de vestimentas en importantes instituciones culturales como el Museo Nacional de la Cultura Peruana. Su incansable labor de difusor de las manifestaciones culturales de Junín ha sido reconocido con distinciones y premios otorgado por autoridades locales.


(*) Texto extraído de un artículo publicado originalmente el  año 2007. Ver el artículo completo en: Ríos Acuña, Sirley. “Vestimenta e identidad en el Valle del Mantaro: la kutuncha.” Artesanías de América, 63-64 (julio 2007), pp. 213- 240. http://es.scribd.com/doc/73037154/Vestimenta-e-Identidad-en-El-Mantaro





jueves, 31 de octubre de 2013

La faja, milenaria prenda andina (*)




Por Manuel F. Perales Munguía

En los Andes, la actividad textil ha tenido gran importancia desde la época misma de la llegada de los primeros seres humanos a este territorio, tal como demuestran varios hallazgos que datan de los tiempos del periodo Precerámico. A partir de entonces, con el transcurso del tiempo, la textilería fue alcanzando paulatinamente niveles más altos de expresión estética y calidad técnica, que se pueden apreciar en los magistrales tejidos de pueblos como Paracas, Huari o Chancay.

En los tiempos del Tahuantinsuyo, los textiles cumplían un papel central en la política, al ser considerados elementos con los que se podían pactar acuerdos o sellar alianzas, entre líderes locales y funcionarios del Estado. El propio Inca solía regalar prendas muy finas, o ropa del tipo “cumbi”, a quienes le demostraban lealtad.

Por otro lado, en el aspecto mágico-religioso y ritual, la ropa servía también como un recurso que protegía a su portador de los malos espíritus o maleficios. En este sentido, gracias al estudioso John Murra, hoy sabemos que cuando había enfrentamientos bélicos entre bandos opuestos, se buscaba quitarle la ropa al enemigo, creyendo que con ello se le causaba daño y se le podía vencer.

Un tipo de prenda que ha tenido una fuerte presencia, como parte del vestuario de las poblaciones andinas prehispánicas, es la faja, cuyo uso fue generalizado en el antiguo Perú, y lo es aún en nuestros días. En cada región se le conoce con un nombre distinto e, incluso, en la sierra central peruana esta diversidad de términos es destacable. Así, por ejemplo, en Huancavelica se le denomina “chumpi”, en tanto que en el valle del Mantaro es llamada “watraku” o “watruku”, según la zona en la que nos encontremos.

En nuestra región, las fajas conservan aún muchos de los atributos que tenían sus similares de tiempos prehispánicos. Por ejemplo, todavía algunas de ellas se elaboran “por encargo”, con la finalidad de entregarlas en calidad de obsequio a otra persona, con ocasión de alguna celebración o acontecimiento especial. Asimismo, persiste todavía en varias comunidades la convicción de que esta prenda es un elemento protector frente a “daños” que podrían ser, eventualmente, causados por algún enemigo.

En el caso específico del valle del Mantaro, el uso tradicional del “watraku”, en contextos rituales y de trabajo, es todavía importante en varias comunidades, como se observa en las celebraciones de San Lucas en octubre, que marcan el inicio de la siembra, o en las fiestas de Santiago o “Tayta Shanti” en julio.

En el ámbito urbano, en ciudades como Huancayo y localidades vecinas, la presencia de la faja se ha afianzado en ocasiones como el tiempo de carnavales, donde esta prenda persiste aún como elemento indispensable del vestuario del Huaylarsh Moderno.

Por todo lo expuesto, resulta evidente que la faja es, quizás, la única prenda prehispánica que mantiene bastante vigencia hasta la actualidad. Su presencia debe considerarse, entonces, como una muestra clara de la fuerza y vigor de nuestra cultura andina, en el contexto actual de globalización. Por eso mismo, debe rescatarse su valor como referente de identidad para nuestros pueblos.


(*) Publicado originalmente en el suplemento cultural Solo 4  del diario Correo de Huancayo el 8 de abril de 2013.


Fuente:





Adiós, mamá Cancialina (*)


1. “Tengo grabada, en mi corazón, la imagen de encontrarla sentada en su corredor, con el telar estirado del poste a su cintura”. Fotografía Soledad Mujica. Fuente: http://suplementosolo4.blogspot.com.es/2013/04/adios-mama-cancialina.html


Por Pedro González Páucar


Cancialina Laureano Marín, la tejedora del “challpi wathrako” (faja multicolor), partió de viaje a la eternidad el 6 de marzo. Su ausencia afecta profundamente y enluta el arte popular. Nos indigna que, en vida, no haya sido reconocida por autoridad alguna, siendo una de las más grandes exponentes de la textilería tradicional Wanka y del Perú.

Desde 1979 hasta mediados del 90, nuestra querida Cancialina —junto a otros artistas renombrados— perteneció a la asociación de artesanos “Kamaq Maki”. Gracias a su talento, sus tejidos se encuentran en colecciones, estudios y museos de Europa, Japón y EE.UU. Ha sido más conocida y respetada en el exterior por especialistas en textilería que en el Perú, donde solo un puñado de admiradores y artistas la frecuentábamos.

Para apreciar y comprender el valor de su trabajo, se requiere tener cierta sensibilidad y conocimiento de su uso, reconocer sus texturas, conocer el leguaje de sus figuras, la aplicación de los tintes naturales a sus hilos y más.

Para los conocedores, las fajas de Cancialina siempre despertaron admiración por su alta calidad artística, por la complejidad de su técnica y la armonía de sus colores. Para tener una idea, una faja de 10 cm contiene como mínimo 840 hilos de urdiembre y, a lo largo de 190 cm, desfilan un sin número de figuras estilizadas conservando aun las estructuras prehispánicas.

Pocos fuimos los que tuvimos la suerte de conocerla y el privilegio de recibir, alguna vez, sabias lecciones de la lectura iconográfica de la faja. Con su español entreverado con “Wanka limay” (hablar Wanka) y su risa fácil, se dejaba entender, inspiraba afecto, respeto y ternura. Me temo que con ella perdemos a la heredera de un conocimiento que viene desde hace miles de años.

Cancialina nació en Viques, en 1926, fueron tres hermanas las que aprendieron el arte de tejer de su madre María Marín, y ella, a su vez, lo recibió de la suya, Antonia Sinche. Guardaba entre sus prendas, como una joya, la faja fina de “pampa” azul de su mamá (gastada los bordes por el uso) que, de vez en cuando, mostraba para usarla como modelo.

Me contó que a los 12 años ya dominaba la “kallwa” (telar de cintura) y, a los 17, se inició llevando a la feria dominical sus tejidos. Nunca tuvo un puesto, solo colocaba su manta en algún rincón y ofrecía su trabajo a los turistas. En los últimos años, continuó tejiendo,  pero solamente por pedido.

Vivió en su casita de adobes y tejas, en la esquina de la plaza de Viques. Tengo grabada, en mi corazón, la imagen de encontrarla sentada en su corredor, con el telar estirado del poste a su cintura, concentrada con los dedos en la urdiembre, haciendo el “aklay” (selección de los hilos para la figura). Mamá Cancialina trabajó hasta que se derrumbó el techo de su habitación principal y, con ello, se desprendió el poste del corredor, por lo cual ya no pudo «estirar su urdiembre». Los últimos años, los pasó quejándose de sus hijos que no repusieron la columna para proseguir con su arte.

Con el viaje sin retorno, cierra una etapa y deja el camino de la creación a su hija Blanca Huamán (ganadora de un concurso nacional de tejidos el año pasado), para seguir las huellas de su extraordinaria madre. Esperamos que así sea.


(*) Publicado originalmente en el suplemento cultural Solo 4  del diario Correo de Huancayo el 8 de abril de 2013.


Fuente:




sábado, 27 de abril de 2013

Tiempos de carnaval y vestidos de fiesta en los valles del Mantaro y Yanamarca (extracto)


1. Portada de la revista Artesanías de América,  Nº 68.


2. Presentación artística de un grupo de huaylarsh carnaval. Década de 1950. Huancayo, Junín. Archivo Sergio Quijada Jara.



3. Carnaval de Jauja. Década 1940-50. Jauja, Junín. Archivo Sergio Quijada Jara.


4. Carnaval de Jauja. Década de 1950. Jauja, Junín. Archivo Sergio Quijada Jara.



Por Sirley Ríos Acuña


Resumen

La fiesta actual de los carnavales en el Perú representa la conjunción de tradiciones ancestrales y de costumbres europeas, que definen su carácter profano y sagrado al mismo tiempo. Congrega una serie de eventos culturales que determinan una identidad local y regional pero con algunos patrones comunes.

Los carnavales de los valles del Mantaro y Yanamarca, ubicados en la región de Junín, presentan características peculiares en torno a los rituales agroganaderos que buscan propiciar la fertilidad de la tierra y del ganado. Estas celebraciones al mismo tiempo implican prácticas culturales como el baile, la música, el canto, el juego y el uso de vestidos tradicionales para la ocasión. Destacan entre estas manifestaciones el huaylarsh del valle del Mantaro, la priostada de Chongos y San Juan de Iscos, el carnaval de Jauja, el carnaval del valle de Yanamarca, el Tayta Mayo o cruz de Mayo, el señalacuy o marcación del ganado.


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El carnaval de Jauja
                                              
Se realiza en todos sus distritos. Es un baile elegante al igual que la vestimenta. La pareja de jaujinos baila alrededor del monte que es un árbol  frondoso vestido y decorado con frazadas, colchas, frutas, serpentinas y globos, según el poder económico de cada padrino y madrina.  En la plaza se muestra esa capacidad económica a través de los montes que compiten en abundancia de obsequios. Esta competencia da como resultado que a algunos montes se les llame monte castillo por la cantidad de ropas que se les cuelgan. La música proviene de la banda de músicos o la orquesta del centro.     

Los jalapato (jalar el pescuezo del pato aún vivo) también eran comunes en esta celebración pero se están dejando de lado.

En cuanto a la vestimenta de las mujeres se observa que llevan sus cachimiras (faldones o centros) generalmente negras, a veces de otro color, con cuatro o cinco cintas de terciopelo que les da brillo. Debajo de la cachimira se ponen blondas o fustanes en número de tres a cinco. También se cubren con un monillo (camisa) de pedrería, mostacillas y sedas o blondas finas. Hoy los monillos se han llenado con grecas de manera exagerada. Un elemento importante del vestido es la manta con cintas cosidas de terciopelo o seda con diseños florales. Actualmente se usa la tela piel de mono en vez del terciopelo o la seda. No falta el sombrero de paja fina de palma, traído desde Cajamarca, blanqueado y adornado con cinta negra. Como complemento van los zapatos blancos de tacones. El varón viste terno, poncho, sombrero a la pedrada y pañuelo.

El carnaval  del valle de Yanamarca

Según Juan De la Cruz Fierro (1982) la fiesta de los carnavales en el Valle de Yanamarca se desarrollaba durante cuatro semanas. Durante la primera semana los jóvenes y niños realizaban una serie de juegos  populares como el chuicas o juego de la pelota (extinguido). Este juego, propio de los varones, era practicado en pampas extensas y se asemejaba al juego que en tiempos prehispánicos era común entre los mexicanos. Para el juego se contaba con el chuicas o vara de la rama del quinwal, pacte, quiswar y de otras plantas, con el cual se golpeaba la bola o colulcha, hecha de las raíces de los mencionados árboles. A los jugadores se les conocía con el nombre de mama, ñaupaj churi, atoj willca y chalipacuj. La extinción de este juego se debió en parte a que las pampas se habían convertido en tierras de cultivo (6).

Otro juego realizado entre los jóvenes era el sinaulo ausay o juego con ortiga y que era propiamente practicado por los grupos de pastoras. Consistía en “chicotearse” (darse de latigazos) y frotarse la cara con la ortiga, cuyas hojas segregan un líquido irritante. También los pastorcitos jugaban al cortamonte al son de las tonadas del waqla (corneta de cuerno de res) y los cantos de carnaval (7).

En la segunda semana se homenajeaba a los compadres y se realizaba en Paca la fiesta de taita Paca con la participación de los diferentes barrios del valle; se iniciaban los cortamontes (jilucuchucuy) o tumbamontes (jilusajtay). Para conseguir y trasladar el monte, árbol de aliso o eucalipto de varios metros de altura, se realizaban una serie de costumbres, al son de la waqla. El jiluhuantuy o traslado del monte se realizaba con la participación de los vecinos del barrio a quienes el padrino o mayordomo proporcionaba caña, chicha, coca y cigarrillos. Luego de que el grupo era recibido alegremente por la población se preparaba la etapa del jilushalcuchi o levantar y plantar el árbol en el lugar señalado por el padrino, la cual se hacía con toda una técnica heredada de las generaciones pasadas. También este proceso se daba al son del waqla. Se vestía el monte o árbol de la abundancia con globos, serpentinas, sartas de panes y bizcochos, frutas y otros regalos. Inclusive colocaban la bandera nacional. Asimismo, durante el cortamonte se presentaba un conjunto de rituales y prácticas. Las parejas bailaban en ronda alrededor del árbol al son del carnaval jaujino y hacha en mano cortaban el tronco del árbol por turnos hasta tumbarlo. Al mismo tiempo se practicaban los juegos del rompe olla,  el  jala cinta y el pisa huevo (8). 

La tercera semana, de comadres, era como la de los compadres. Se distinguía porque se jugaba el tayanacuy  tirándose  frutas, manzanas, naranjas, limones, etc., que se desarrollaban en las pampas destinadas para tal efecto pero que han sido convertidas hoy en terrenos de cultivo (9).


Los vestidos de los carnavaleros del valle de Yanamarca

Para la fiesta del taita Paca, realizado en los tiempos de carnaval, las mujeres vestían sombrero blanco de paja y cinta negra de paño, lliclla o manta de paño, monillo de seda, fustán de tela blanca, medias negras o marrones y zapatos con taco mediano. Los varones llevaban sombrero de paño negro, marrón o plomo, camisa  y corbata, terno de casimir y zapatos negros o marrones.

Por lo general las mujeres de Yanamarca visten llicllas bordadas o pañal, monillos con pedrería, falda negra de bayeta de lana de oveja con basta amplia o multi-basta, en el interior falda ribeteada de tela Castilla o de bayeta. Anteriormente los varones llevaban pantalones de cordellate, botas, soga,  sombrero  blanco de  paja  macora, saco, abrigo o capote. Los sombreros de paja macora eran usados por la gente de mayores recursos económicos.


Citas:
(6) De la Cruz Fierro, 1982: 108-109.
(7) Idem: 110.
(8) Idem: 116-122.
(9) Idem: 122-123.


Ver el artículo completo en:
Ríos Acuña, Sirley. “Tiempos de carnaval y vestidos de fiesta en los  valles del Mantaro y Yanamarca.” Artesanías de América, 68 (2009), pp. 90-119.


jueves, 14 de marzo de 2013

Fajas, mantas, llicllas y mantillas (*)




Por Josué Sánchez


Tradicionalmente, el Perú se ha distinguido por el alto nivel de desarrollo técnico alcanzado por su textilería artesanal. Desde los renombrados tejidos paracas de épocas prehispánicas hasta la actualidad, los artesanos peruanos han tejido fajas, mantas, “llicllas” y mantillas con gran maestría. Más allá de la técnica y el arte, estos tejidos tienen además otros contenidos culturales de gran valor, como el iconográfico, hoy en investigación. Las fajas se elaboran en telares de cintura, siendo su confección una actividad exclusivamente femenina. Los estudios indican que antiguamente todos los íconos contenidos en las fajas tenían significados lecturables. Actualmente, pese a que se ha perdido parte de la lectura, los temas se han enriquecido con elementos de la vida urbana moderna como barcos, aviones, carros, trenes y otros, que alternan con ornamentos geométricos y elementos naturales de costa, sierra y selva. La lectura iconográfica y el tratamiento del color merecen un estudio aparte. Contienen elementos importantes para la elaboración de una estética plástica andina, en función de las combinaciones de color, que se dan en la urdiembre, y de los diseños, llamados “aclla”, “challpi” o “watr´aco”, que se elaboran en la trama. La manta es, por lo general, de forma cuadrangular, de 1.20 m de lado y está trabajada en franjas multicolores. Estos matizados se realizan en la urdiembre, formando franjas de colores que pueden ir desde apenas tres hiladas hasta tres centímetros de ancho. Por el diseño, la dominancia de un color o el material de confección de la manta se puede reconocer la procedencia geográfica de la usuaria. Así, por ejemplo, amarillo y azul identifican a las jaujinas, y blanco con negro a las de Sapallanga. La manta está relacionada íntimamente a cada acto de la vida campesina. El niño desde que nace es llevado en ella, primero en los brazos de la madre y luego en la espalda. Durante la boda constituye símbolo de procreación. Está presente en el trabajo y en las fiestas. También en la medicina tradicional para la curación del susto y el recalco. Sobre ésta se realizan las ceremonias de pago a los dioses tutelares andinos, a los “apus”, a los “huamanis” y a la “pachamama”. Las “llicllas” son tejidos cuadrados de aproximadamente 1 m de lado, que llevan un ribete de 5 a 10 cm de ancho. Desde antiguo su uso es ceremonial y festivo. Algunas son similares a las mantillas, tienen diseños iconográficos semejantes; otras están bordadas con representaciones figurativas de aves y flores. Últimamente, se ha introducido la costumbre de llevar “llicllas” elaboradas de telas estampadas. Las mantillas reciben el nombre genérico de “pullukata”, pero por el tipo de material se diferencian en “uishkata”, si son de lana de carnero, y “llamakata”, si son de llama. Esta distinción se origina en las funciones rituales que cada una de ellas tiene. La “uishkata” se usa en ciertas ceremonias de tipo mágico religioso, como el pago a los dioses tutelares; y la “llamakata” en la curación de determinadas enfermedades. En los diseños y formas de las mantillas, así como en los colores utilizados, se mantienen vigentes códigos visuales aislados que contienen elementos que podrían servir para establecer parámetros y correlatos de interpretación. Su identificación permitiría determinar las correspondencias entre unidades iconográficas y el discurso contenido en el íntegro de una faja.


(*) Publicado originalmente en el suplemento cultural Solo 4 del diario Correo de Huancayo el 7 de junio de 2012.


Fuente:


lunes, 3 de diciembre de 2012

Vestimenta e identidad en el Valle del Mantaro: la kutuncha (extracto)









Fotografías (de arriba-abajo):
1. Portada de la revista Artesanías de América,  Nº 63-64.
2. Anciana vestida con kotón en la calle Real de Huancayo. c. 1960. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.
3. La señora Teodora Santana Guerra vestida de kutuncha. Lleva manta y faja.  Archivo de Moisés Balbín Ordaya.
4. Kutuncha del waylarsh agrario. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.
5. Don Moisés Balbín y Teodora Santana vestidos para bailar el waylarsh de carnaval. Archivo de Moisés Balbín Ordaya. 1985-1990.
6. Teodora Santana mostrando orgullosa su kotón  para bailar el waylarsh de carnaval. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.
7. Dos kutunchas mostrando otras prendas complementarias: faja, pañal de waylarsh carnaval, corazón bordado, manguillas bordadas, fustán o blonda y pollera bordada. Archivo de Moisés Balbín Ordaya.
8. Cotuncha. Acuarela. Colección Museo Nacional de la Cultura Peruana. Fuente: Castañeda León, Luisa. Vestido Tradicional del Perú. Tradicional Dress of Peru. Lima: Instituto Nacional de Cultura - Museo Nacional de la Cultura Peruana, 1981,  p. 128.



Por Sirley Ríos Acuña


LA KUTUNCHA

Algunas prendas de vestir tradicionales son consideradas como símbolos de identidad en muchas regiones. Tal es el caso entre los Wankas del Valle del Mantaro que tomaban como referencia  de distinción y orgullo a la kutuncha, mujer indígena vestida con el traje autóctono, el anaku, pero modificado, no en su esencia, llamado kotón. Como es sabido gracias a la mujer andina se ha mantenido vigente hasta nuestros días algunas de las prendas de origen indígena y por ella se ha continuado con las prácticas culturales y se ha transmitido  los conocimientos ancestrales.

KOTÓN

El término cotón refiere a la camisa que los campesinos europeos usaron en el siglo XVII. Según el lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino el nombre es un arcaísmo castellano que significa algodón. Las referencias orales de los antiguos pobladores actuales descendientes de los wankas dicen que Francisco Pizarro encontró kutunchas, es decir, mujeres vestidas con una especie de cotón. En realidad estaban cubiertas por una especie de túnica negra prehispánica llamada anacu, cuya denominación andina fue reemplazada por el de cotón o kotón (escrita en quechua wanka), tal como los primeros europeos lo asociaron por el parecido a la prenda ibérica. De ello dan cuentan los escritos de los primeros cronistas.

En algunos casos el anacu también fue denominado capuz, en las zonas norteñas de la costa. Sin embargo, las mujeres de la zona de Huancabamba en Piura seguían llamándolo anacu, especie de túnica negra amplia, semejante a la cushma amazónica y que se ciñe a la cintura con una faja que curiosamente se denomina cushma. Asimismo, otra zona donde se usa el anacu para ocasiones festivas y sobre todo entre las mujeres más ancianas, es la sierra de Lima. En Tupe en la provincia de Yauyos se mantiene el anacu tejido  con lana de alpaca  y de color negro que lleva un ribete en rojo y negro, sujetado con tupus, a la manera ancestral. Como se veía la pierna se obligó a usar debajo del anacu “…un camisón negro con mangas largas, el cotón, confeccionado de tela “de Castilla” o bayetón, hecha de lana de oveja. “ (10) Sobre el anacu se ciñe con la faja wak´a, decorada con motivos en rojo claro y oscuro; se sujeta sobre el cotón interior con una faja gruesa marate. Se cubre la espalda con la katra o manta de uso diario de color negro decorada anchas listas horizontales en tono rojo. Calzan el shukuy de cuero sin curtir. (11)

También en Valle del Mantaro, la prenda andina, el anacu, se continuó usando conjuntamente con el cotón o camisón europeo, impuesto tempranamente por los españoles. Es así que debajo del amplio anacu de color negro o azul oscuro, sin mangas y hecha ya con bayeta, se comenzó a llevar el camisón occidental de bayeta oscura o blanco amarillento. Incluso los aukillos y awelas (abuelos y abuelas) manifestaban que el traje de las antiguas mujeres wankas era como una envoltura de bayeta cubierta con manta de lana de alpaca de un solo color o listado, prendida con el ticpe (tupu). Se ceñía el vestido con una faja. A manera de tocado llevaban una shucupa o pequeña manta atada con una cinta o faja negra tejida llamada wetsha (vincha). Se encontraban descalzas mientras que los hombres tenían sus ojotas de cuero o shucuy.

Es evidente que poco a poco la denominación occidental del camisón interior (cotón) de las mujeres se impuso y quedó el término anaco o, según el habla de los pobladores de la zona anaka,  relegado a otra prenda (especie de mandil) del cual no se precisa un origen definido y que es usada actualmente en la vestimenta femenina de la chonguinada (baile). Como apreciamos, la transformación de la vestimenta indígena es compleja puesto que se han dado una serie de apropiaciones, sustituciones y superposiciones con los elementos occidentales.

Según las evidencias examinadas podemos considerar el kotón wanka contemporáneo como un vestido mestizo que mantiene lo andino en la forma estructural de túnica sin mangas (12) que  cubre el cuerpo de la mujer de los hombros a las piernas y en el color negro tal cual los españoles vieron al  llegar al Valle del Mantaro. Mas no es andino en el tipo de  material ni en la técnica del tejido, además se le ha cosido la abertura que en sí poseía en su origen. (13)

Pasado el tiempo la indumentaria wanka se fue transformando y se difundió el característico kotón negro, especie de túnica de bayeta de cuatro varas, sin mangas o mangas muy cortas y cuello V en ambos lados, cosido con una costura doble (“naríz de chancho”). Se confeccionó con lana de oveja, alpaca y llama. Testimonios orales refieren que antes de la Guerra con Chile (1879), para la costura del kotón se usó la fibra de maguey. Posteriormente la tela se teñía con anilina, proceso que duraba ocho días pues se maceraba los ingredientes con orines podridos y hollín o llipta (mezcla de ceniza vegetal y cal triturada) para así obtener un color más negro.

Se completó esta pieza  con la usual faja de merino bicolor, el corazón bordado, unas manguillas de bayeta negra, ribeteadas y bordadas, así como con la pullukata o lliclla chica de diversos colores utilizado para fiestas y ferias. A veces sobre esta manta iba otra de nombre shawakata (sin teñir), doblada y atada hacia atrás, formando su quipe (bulto, carga). El sombrero era de fieltro artesanal o paño de fibra de camélido (vicuña, alpaca y llama) y lana de oveja o carnero, puro o mezclados. (14) Los colores obtenidos variaban entre el ocre claro, marrón, gris, blanco y negro.

El clima frío obligó a usar hasta tres kotones. Por gracia femenina se levantaba hacia delante el kotón exterior formando un bolsón en donde podía guardar los ovillos de hilos, la coca y el fiambre.

Luego, el kotón sufrió una variación y se hizo de paño y se agregó un faldón interior colorido con ribete, el cual fue bien acogido. Apareció la reboza de paño de Castilla importada, codiciada por ser fina y elegante. Continuó usándose una especie de mandil llamado anaco, que no era la prenda prehispánica.

Finalmente, el kotón cedió el paso a la falda negra de bayeta plisada sin cintura, al monillo, los fustanes, la lliclla de Castilla, el sombrero de paja blanqueada adornada con “cinta de agua” negra y a los botines de cuero de becerro.

El kotón se mantiene vigente como parte de la indumentaria coreográfica de las danzas y bailes tradicionales de la zona: la chonguinada, la tunantada, el waylarsh agrario y de carnaval, y la llamichada.

En la actualidad, el uso del kotón está volviendo a cobrar importancia  entre los grupos folclóricos del valle del Mantaro ya que su presencia dentro de la vestimenta de baile y danza estaba decayendo para privilegiar los suntuosos bordados de las polleras.


Nota:
(10) CASTAÑEDA, 1981: 118.
(11) IDEM.
(12) Dentro de la concepción de la vestimenta andina no se encontraba la idea del uso de mangas y más bien se da una adecuación y apropiación de elementos occidentales que indican su uso como sucedió con el kotón wanka y su complemento las falsas mangas, manguillas bordadas o mankitash en habla wanka.
(13) Las prendas andinas por lo general requieren de poca construcción ya que la mayor parte del trabajo está en el tejido que está diseñado para ser completo y no para ser cortado y cosido (Blenda Femenías).
(14) VILLEGAS, 2001: 129.


Ver el artículo completo en:

Ríos Acuña, Sirley. “Vestimenta e identidad en el Valle del Mantaro: la kutuncha.” Artesanías de América, 63-64 (julio 2007), pp. 213- 240.



miércoles, 28 de noviembre de 2012

Exposición Tiempos de carnaval y vestidos de fiesta en los valles del Mantaro y Yanamarca: colección Moisés Balbín Ordaya y Teodora Santana Guerra







 
Fotografías (de arriba-abajo):
1 al 7 Catálogo de exposición (marzo, 2003).


Curaduría, investigación y textos: Sirley Ríos Acuña
Testimonio: Moisés Balbín Ordaya


Ver el catálogo completo en:

Ríos Acuña, Sirley. Tiempos de carnaval y vestidos de fiesta en los valles del Mantaro y Yanamarca: colección Moisés Balbín Ordaya y Teodora Santana Guerra (catálogo de exposición). Lima: Museo Nacional de la Cultura Peruana-INC, marzo 2003.